Los últimos años, la vida me llevó a estar a 400Km de ti, pero yo te seguí sintiendo igual de cerca.
El día que te fuiste, yo había cogido un tren para ir a darte el último abrazo, decirte que te quiero por última vez, coger tu mano una vez más... Pero no pudo ser. Cuando estaba a mitad de camino papá me llamó y mi corazón se rompió. No pudiste esperar más, sabías que yo estaba en camino, el día anterior habíamos hablado por teléfono y aunque no tenías muchas fuerzas, las sacaste de la nada para hablar con tu niña una última vez.
Aquellas dos horas que me faltaban para verte fueron las más largas y agónicas de toda mi vida. Te habías ido y yo estaba encerrada en un tren, sola, sin nadie que me consolara, perdida sin saber que hacer, sin saber a quien llamar, sin nadie que secara mis lágrimas, con ganas de gritar a los desconocidos que me miraban raro que no estaba loca, que te había perdido sin poder despedirme porque decidí coger ese tren y no el anterior.
Ya han pasado más de dos años y el dolor sigue ahí. Esperas que con el tiempo se mitigue, pero no es así. La mayoría del tiempo trato de pensar en ti superficialmente, porque si me paro a pensar en ti de verdad, no puedo evitar volver a llorar desconsoladamente como el primer día. ¿Es normal o estoy verdaderamente loca? ¿Le pasa a todo el mundo y no lo cuentan? Se supone que el tiempo todo lo cura, pero lo que nadie te cuenta es que la en la intimidad la herida sigue abierta.